El ejemplo de Pérez de Cuéllar

miércoles, 15 de abril de 2020 · 02:00
Twitter: @AGuerreroMonroy Javier Pérez de Cuéllar fue un incansable pacificador de conflictos internacionales, un tenaz negociador y uno de los peruanos más relevantes en la historia mundial. En fechas recientes había cumplido cien años de vida quien fue el primer latinoamericano en llegar a ser Secretario General de Naciones Unidas. Dejó un notable legado como constructor de consensos diplomáticos y de históricos acuerdos internacionales. Javier Pérez de Cuéllar y de la Guerra, que ocupó el despacho de la ONU durante dos términos -de 1982 a 1991-, fue votado como última opción cuando los dos candidatos más fuertes como el austriaco y en aquel momento Secretario General, Kurt Waldheim, fue vetado por China y Salim Ahmed Salim, ministro de Asuntos Exteriores de Tanzania, fue bloqueado por Estados Unidos. Después de 16 votaciones a lo largo de seis semanas, el peruano Pérez de Cuéllar fue elegido por consenso.
Inició su carrera en la diplomacia al participar muy joven -26 años- como integrante de la delegación de su país en la primera Asamblea General de Naciones Unidas de 1946. Fue embajador en la entonces Unión Soviética, Polonia y Venezuela. En su ascendente carrera llegó a ser presidente del Consejo de Seguridad en 1973-1974, cuando se dio la ocupación turca en Chipre. Fue enviado especial para interceder en el intrincado conflicto con líderes chipriotas, turcos y griegos, alcanzando un compromiso de conciliación. Éste y otros logros le abrieron brecha a la Secretaría General adjunta para Asuntos Políticos en 1978, en la que lideró un arduo proceso negociador de paz entre Pakistán y Afganistán. En 1981 presentó su renuncia al cargo y regresó a su país, con el ofrecimiento del presidente Fernando Belaúnde para ser embajador en Brasil. El senado peruano denegó su ratificación y Belaúnde pensó en él como candidato a la Secretaría General de la organización. Su arribo definitivo a la Secretaria General de la ONU en 1982 significó la llegada de un diplomático capaz de organizar respuestas globales coordinadas y con una reconocida trayectoria en el arreglo pacífico de controversias. Puedes leer: Sergio Mayer pide a AMLO adoptar medidas de la ONU contra coronavirus Al poco tiempo de asumir el cargo, afrontó la ocupación militar en las Malvinas, para la cual realizó gestiones intensas entre Argentina y Gran Bretaña para contener la disputa histórica. Fue actor clave para los acuerdos de paz en El Salvador que pusieron fin a doce años de guerra civil. Promovió incesantemente al Grupo Contadora como mecanismo de mediación multilateral para establecer una paz duradera en Centroamérica. Por el trabajo de las fuerzas de paz en Mozambique y Angola, recibió el Nobel de la Paz en 1988. A su partida de la ONU, fue condecorado por el Reino Unido y recibió la Legión de Honor francesa de manos del presidente Mitterrand por “encontrar ámbitos de acuerdo y resolver problemas juntos” así como la Medalla Presidencial de la Libertad -condecoración civil más alta otorgada por los Estados Unidos-, como reconocimiento a su impulso “en favor de la paz global y renacimiento de las Naciones Unidas”. También fue merecedor del premio Príncipe de Asturias por su contribución a la cooperación iberoamericana. Puedes leer: Salman Khan y la Khan Academy ganan el Premio Princesa de Asturias 2019 En 1995 aspiró a ser presidente de Perú en un contexto de retroceso autoritario bajo la era Fujimori. Un lustro después, Valentín Paniagua -presidente de la transición- le ofreció la presidencia del Consejo de Ministros en la tarea de reconstrucción democrática. Fue un demócrata integral y un convencido ferviente de que su vigencia es una responsabilidad colectiva. Frente al COVID-19 –la prueba más grande que ha enfrentado la ONU desde su fundación en palabras de António Guterres- y la necesidad urgente de proteger vidas y salvaguardar empleos, el pensamiento y los ideales de Pérez de Cuéllar siguen vigentes. Te puede interesar: ONU lanza plan mundial para enfrentar al coronavirus Enfrentó retos que parecían insolubles o imposibles. Su temple ante la adversidad y su severidad para descifrar la afección y determinar el remedio, pueden servir de ejemplo y esperanza para que líderes mundiales afronten con unidad, capacidad y entereza al atroz enemigo invisible que hoy arremete contra la humanidad. Al final del día, si la epidemia genera una mayor cooperación mundial, esa será una victoria no solo contra el coronavirus sino contra todos los patógenos futuros, porque como bien señala Yuval Noah Harari “cuando los humanos se pelean, los virus se duplican”.

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